Cada febrero mi pueblo siente el furor de su gente. La chaya es una fiesta porpular. Es la expresión máxima de un festejo que no distingue clases sociales. Chupa el pobre con el rico, y se olvidan las penas. Por que la chaya no es sólo una oportunidad para ingerir esos brebajes típicos de salvajes ignorantes. La chayta se trata de alegrías, de disfrutar en paz, de olvidar las penas y perdonar.
Existen muchas versiones sobre su origen. Pero todas son las versiones de ellos, o inspiradas por ellos. Nos metieron la religión por atrás. Pudieron extinguir nuestro idioma diabólico y pudieron matar nuestra ignarancia. Pero hay costumbres más fuertes que el dolor
Entonces nos hicieron creer en su Dios. Todo lo que no era de Dios era del Diablo. Y por lo tanto estos festejos eran diabólicos.
Y sin embargo nada dijeron de otras costumbres, como la de pasear las momias por el pueblo. En vez de momias paseamos muñecos santos, les prendemos velas, les hacemos promesas y adoramos imágenes blancas (¿acaso somos negros?, el color no importa.)
Pero son sólo palabras. A la chaya no basta con conocerla. A la chaya hay que vivirla. Hay que sentir en la sangre lo que siente mi pueblo. Mi pueblo guarda recuerdos callados. El suelo está regado de sangre de injusticias, de atrocidades en nombre de un Dios. Mis valles opacaron los gritos de lamentos de madres solas, de viudas, de hijos sin madre.
Y sin embargo está el perdón. Los males se olvidan. Y aún así no es suficiente. Hay que vivir en mi tierra. Donde aquellos que eran mis hermanos, hijos de la misma tierra, se vuelven contra mi pueblo y hasta contra su misma madre. Son capaces de ultrajarla e invitar a otros a que se unan a ellos. Los que vienen de afuera sólo les interesa penetrarla, arrancarle las entrañas y no dejar nada. Mi hermano menor no tendrá qué comer, pero les traen otras imágenes para que adore.
Esta vez son de otro lado. Mi pueblo perdona pero no olvida. Y esta vez no sucederá.
¡¡¡El Famatina no se toca!!!
Feliz Chaya.
Existen muchas versiones sobre su origen. Pero todas son las versiones de ellos, o inspiradas por ellos. Nos metieron la religión por atrás. Pudieron extinguir nuestro idioma diabólico y pudieron matar nuestra ignarancia. Pero hay costumbres más fuertes que el dolor
Entonces nos hicieron creer en su Dios. Todo lo que no era de Dios era del Diablo. Y por lo tanto estos festejos eran diabólicos.
Y sin embargo nada dijeron de otras costumbres, como la de pasear las momias por el pueblo. En vez de momias paseamos muñecos santos, les prendemos velas, les hacemos promesas y adoramos imágenes blancas (¿acaso somos negros?, el color no importa.)
Pero son sólo palabras. A la chaya no basta con conocerla. A la chaya hay que vivirla. Hay que sentir en la sangre lo que siente mi pueblo. Mi pueblo guarda recuerdos callados. El suelo está regado de sangre de injusticias, de atrocidades en nombre de un Dios. Mis valles opacaron los gritos de lamentos de madres solas, de viudas, de hijos sin madre.
Y sin embargo está el perdón. Los males se olvidan. Y aún así no es suficiente. Hay que vivir en mi tierra. Donde aquellos que eran mis hermanos, hijos de la misma tierra, se vuelven contra mi pueblo y hasta contra su misma madre. Son capaces de ultrajarla e invitar a otros a que se unan a ellos. Los que vienen de afuera sólo les interesa penetrarla, arrancarle las entrañas y no dejar nada. Mi hermano menor no tendrá qué comer, pero les traen otras imágenes para que adore.
Esta vez son de otro lado. Mi pueblo perdona pero no olvida. Y esta vez no sucederá.
¡¡¡El Famatina no se toca!!!
Feliz Chaya.
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